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Rememorando a Michel de Certeau (1)

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El 17 de mayo se cumplió el centésimo aniversario del nacimiento de un destacado sociólogo, historiador, teólogo, semiólogo y filósofo francés. Michel de Certeau nació en Chambèry el 17 de mayo de 1925. Luego de obtener los títulos en lenguas clásicas (Universidad de Grenoble) y en filosofía (Universidad de Lyon), se dedicó a estudiar las obras de Pierre Favre (1506-1546) en la Escuela Práctica de Altos Estudios de París bajo la tutela de Jean Orcibal. También estudió las fuentes del primer siglo de operaciones de la Compañía de Jesús (1540-1640) y la mística del Renacimiento en la época clásica. En 1964 fundó la Escuela Freudiana de París, cuya dirección quedó a cargo de Jacques Lacan. Consideró al Mayo Francés un momento de inflexión histórica ya que, desde su punto de vista, se tomó la palabra tal como había sido tomada la Bastilla en 1789. Enseñó Historia y Antropología en la  Universidad de París VIII-Vincennes à Saint-Denis (1968-1971) y en la Universidad de París VII Denis Diderot-Jussieu (1971-1978). Dirigió la Escuela de Altos Estudios y Ciencias Sociales de París y ejerció la docencia en San Diego y Ginebra. Falleció en París el 9 de enero de 1986 (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de María Graciela Rodríguez (Docente e Investigadora del IDAES/UNSAM-Dra. en Ciencias Sociales-UBA) titulado “Sociedad, cultura y poder: la versión de Michel de Certeau” (Papeles de trabajo-Revista Electrónica de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de General San Martín-2009). Su propósito es analizar las reflexiones de De Certeau sobre el vínculo entre la sociedad, la cultura y el poder.

INTRODUCCIÓN

“La relación entre la sociedad, la cultura y el poder ha sido profusamente tematizada por las ciencias sociales. Comprender el papel del poder como principio articulador de los vínculos entre sociedad y cultura (si sociedad y cultura pueden pensarse de manera separada) dio lugar a innumerables reflexiones en sedes académicas regionales y locales, tanto en términos teóricos como metodológicos. En este trabajo pretendo dar cuenta sintéticamente de una de estas reflexiones: los desarrollos de Michel de Certeau. La perspectiva de este autor en torno a la relación entre sociedad, cultura y poder resulta interesante por dos razones: primero, porque en la relación entre cultura y sociedad para De Certeau la cuestión del poder no es una variable dependiente a ser restituida, sino que es un elemento primordial en la configuración de la dinámica social. Obviamente que esta centralidad del poder no es original de De Certeau. Sin embargo, y ésta es la segunda razón, lo que el autor propone es observar esta dinámica privilegiando, antes que los dispositivos, las operaciones de los sujetos. Para dar cuenta de estos desarrollos con mayor detalle, comenzaré presentando algunas notas biográficas sobre Michel de Certeau, haciendo foco en los impactos que su trayectoria académica tuvo en el despliegue de sus esquemas teóricos; luego continúo con un punteo de algunos de los núcleos clave que los atraviesan; finalmente, haré una puesta en perspectiva que permita repensar la obra de De Certeau en clave analítica respecto de la relación concreta en sociedad, cultura y poder”.

NOTAS BIOGRÁFICAS SOBRE MICHEL DE CERTEAU

“Michel de Certeau nació en Chambèry, Francia, en 1925, y murió en París, el 9 de enero de 1986. Obtuvo grados en Estudios Clásicos y Filosofía en las Universidades de Grenoble y París. Entre sus estudios están la historia, la filosofía, las ciencias sociales, el psicoanálisis, la lingüística; pocas disciplinas le fueron ajenas a De Certeau, lo cual le permitió combinar sus intereses académicos con una multiplicidad de herramientas teóricas. En 1950 ingresa en un seminario religioso en Lyon, y es ordenado jesuita en 1956. Tiene la idea de hacer misión en China, pero la formación ecléctica de este jesuita y académico francés lo conduce a realizar su doctorado en Teología en La Sorbona, que culmina con la defensa de su tesis en 1960.

Con el objetivo de estudiar a los místicos del siglo XVII en Francia, De Certeau se dedicó en este tramo de su vida académica a indagar sobre el caso del sacerdote Joseph Surin, contemporáneo de Descartes que vivió entre 1600 y 1665, y que fuera enviado a Loudon como exorcista de unas religiosas en 1634. Considerado loco, los escritos de Surin fueron quemados, o destruidos en parte, con lo cual De Certeau se encontró con una obra fragmentaria que debió reconstruir a fin de sustentar su tesis doctoral. Los resultados de esta investigación le provocan un fuerte impacto debido a la toma de conciencia de la distancia diferencial existente entre los cristianos del siglo XVII y los contemporáneos (y él mismo, por propia formación jesuita, entre estos). Como corolario de esta experiencia publica, en 1970, “La possession de Loudon”.

Además de convertirse en especialista en cristianismo del siglo XVII, la toma de conciencia de la distancia entre los discursos institucionales y las creencias de los sujetos será una de las marcas de inicio que de algún modo nortearán la totalidad de su obra. El segundo hito significativo en su vida es el mayo francés. El año 1968 señala así el fin de lo que algunos biógrafos de De Certeau (Giard) denominan su período misionero. Sumamente impactado por los hechos de la revuelta francesa, ese mismo año escribe lo que luego será “La prise de la parole” (1968) donde reflexiona agudamente, si bien con urgencia (implícita en sus primeros escritos sobre los sucesos), acerca de la distancia entre la objetividad de las instituciones sociales, y la irreductibilidad de la conciencia. Esta inflexión, junto con el impacto del paso del tiempo en las creencias, se convierte en el punto crucial de su desarrollo teórico: la lucha desigual que se entabla entre sujetos e instituciones.

El ingreso al segundo momento biográfico de Michel de Certeau, en 1968, está sesgado por una importante producción de literatura política (política no en términos partidarios ni doctrinarios, sino en un sentido amplio). Para esta producción, De Certeau oscila entre dos fuentes: los místicos, y la relación entre cultura y sociedad. Este período es el más fructífero de los tres mencionados por Giard, un período en el cual De Certeau, influenciado por Freud y Lacan, construye la arquitectura epistemológica de su andamiaje teórico. Justamente, de este período es su “La cultura en plural”, reconocido trabajo donde comienza tomando en cuenta ciertas consideraciones epistemológicas para culminar planteando cuestiones políticas que ponen en el centro de la escena los mecanismos culturales de una sociedad democrática.

¿Cómo es que De Certeau produce el pasaje desde la idea lacaniana sobre el efecto de la nominación, hacia la relación de las expresiones culturales con la democracia? Para De Certeau, como en Lacan, la nominación forma parte de un mecanismo que en el mismo gesto de nombrar, reprime: algo de lo oculto queda negado en ese gesto que, a la vez, permite la existencia (de un sujeto en Lacan, de un grupo social en De Certeau). Aún más, para De Certeau el par saber-poder constituye el núcleo central en la construcción de conocimiento de los objetos de corte popular. Por eso mismo es que afirma que la cultura popular es afásica, que no posee textos propios, toda vez que necesariamente debe ser nombrada por otros (esos otros que poseen el poder de la nominación).

Luego, y llevado al plano de la dinámica relación entre sociedad y cultura, en otros capítulos de “La cultura en plural”, De Certeau se detiene en el análisis del pasaje desde la constitución ‘cultural’ de un grupo, hacia el estatus de grupo ‘político’. Este pasaje pone en juego, sustantiva y crucialmente, la discusión profunda y radicalmente democrática de los complejos procesos de tomar y dar la palabra. Ésta es la segunda inflexión significativa en su desarrollo teórico: la relación de nominación que para De Certeau está, constitutivamente, sesgada por la cuestión del poder. Y esto porque la pregunta que le interesa responder a De Certeau no es solamente quién nombra a quién, sino también qué se deja a oscuras cuando algo es nombrado (el deseo en Lacan; la cultura ordinaria en De Certeau). Zonas ocultas, más que oscuras; plegadas sobre la misma nominación, antes que malditas, sobre estas zonas De Certeau inscribirá su programa de investigación.

Es justamente en este segundo período, post-1968, en el cual produce un conjunto de trabajos centrales para pensar la relación entre sociedad, cultura y poder. Acaso uno de los más influyentes sea “La invención de lo cotidiano”, editado en dos volúmenes, en el primero de los cuales De Certeau elabora y da cuerpo a las líneas programáticas de su investigación cultural. Sobre este programa trata el parágrafo siguiente. Para cerrar con su biografía sólo se mencionará aquí que el tercer momento de De Certeau (siempre siguiendo a Giard) se abre a mediados de la década del 70, cuando en 1975 comienza a interesarse por temas relacionados con la epistemología de la historia (lo que lo lleva a dialogar con la Escuela de los Anales) y la antropología de las creencias. De este último período son “La escritura de la Historia” (1975) y “La fábula mística” (1982). En paralelo a estos intereses, entre 1975 y 1986, año de su muerte, da clases en México, y más tarde en París. “La toma de la palabra y otros escritos políticos”, “Historia y psicoanálisis entre ciencia y ficción” y “La debilidad del creer” se publican en forma póstuma (en 1994, 1987 y 1987 respectivamente)”.

EL LUGAR DE LAS PRÁCTICAS EN LA TEORÍA DE DE CERTEAU

“Puede decirse que la de De Certeau es una teoría polemológica (polemos, del griego: guerra), desde el momento en que coloca en el centro de su desarrollo teórico la primera de las preocupaciones revisadas aquí: la disputa desigual que la dinámica social entabla entre instituciones y sujetos. Gran lector de Foucault, De Certeau considera crucial la voluntad de construir una teoría de las prácticas cotidianas haciendo suyos los presupuestos foucaultianos respecto de las dinámicas de las sociedades disciplinarias. Si para Foucault todo dispositivo lleva en sí mismo, constitutivamente, la posibilidad de encontrar una ‘falla’, un sitio donde escapar a la vigilancia y al control, De Certeau se va a colocar en la perspectiva de los puntos de fuga. Sus actores, por lo tanto, no serán las instituciones, sino los sujetos. Allí donde Foucault desmenuza los dispositivos de control y disciplinamiento, De Certeau se va a ubicar del otro lado de esos dispositivos, en los lugares en los que sujetos comunes y ordinarios viven su vida cotidianamente, para observar las fugas, las anti-disciplinas.

Estas fugas no son etéreas formas sin sujeto: son prácticas, y aún cuando son ocultas, diseminadas y heterogéneas, dejan marcas en el sistema. De Certeau engloba a estas prácticas en la figura del consumo, categoría que remite, no a la última actividad de un proceso cerrado (producción-circulación-consumo), sino al comienzo de otra actividad, invisible, abierta, oculta (nocturna dirá, poéticamente, De Certeau). El consumo es aquí entendido como la acción que realizan los sujetos en los intersticios de los dispositivos de poder. El gran objetivo de este período de De Certeau es construir una teoría de las actividades de los practicantes (entendidas como una producción-otra), que son inherentes a la vida cotidiana. Porque esta disputa entablada entre sujetos e instituciones se pone en juego en el marco de la vida cotidiana: unos hombres ordinarios, figuras anónimas y múltiples de todos los días, producen prácticas ordinarias, anónimas y múltiples, todos los días.

La vida cotidiana es el gran escenario que fascina a De Certeau, un escenario de prácticas acaso no tan rutilantes como las acciones extraordinarias de hombres extraordinarios, pero que poseen su propio resplandor: el de la vida cotidiana. No obstante, dice De Certeau, estas prácticas producen cultura: una cultura múltiple, heterogénea y plural a la que, justamente, denomina cultura en plural. Y quienes la producen son sujetos. Cabe aclarar, sin embargo, que la teoría de De Certeau no es subjetivista en un sentido pleno, aún cuando el peso que le otorga a las acciones de los sujetos podría sobreinterpretarse como un exceso de indeterminación. En verdad, sostiene que el espíritu polemológico de su teoría responde, justamente, a un punto de partida que implica reconocer la desigualdad social. Y afirma que lo que intenta iluminar son los modos en que, en el marco de esa desigualdad, los sujetos encuentran intersticios donde operar de modos heterónomos.

Por otro lado, advierte que no son los sujetos en tanto individuos los que le interesan, sino las operaciones que estos realizan. Este desplazamiento, desde los sujetos a las operaciones, ubica a su teoría a distancia de ciertas perspectivas optimistas que celebran de manera acrítica la supuesta libertad de los sujetos. Además, pone en foco a la cuestión de unas prácticas que están reguladas por el sentido práctico, pero con una inflexión respecto de la noción bourdieuana: se trata de los mecanismos de un hacer cultural, donde el consumo, desviado por naturaleza, se erige en el lugar por excelencia de prácticas fundamentalmente culturales. Esos desvíos se realizan sobre los productos de una cultura que se declina en singular (homogénea, única, visible).

Pero si bien frente a la luz abrasadora de la Cultura en singular De Certeau opone el resplandor particular de una cultura en plural (el lugar de la multiplicidad, la heterogeneidad y la creatividad ordinaria), no se trata ni de un estudio de la cultura popular, ni tampoco de las resistencias a los regímenes de poder. Las prácticas de la cultura en plural, operatorias, orales y ordinarias por definición, son del orden de lo humano e implican una posición de sujeto: la posición de consumidor, de no-productor. Que la gran mayoría silenciosa (parafraseando a De Certeau) forme parte, sociológicamente, de los sectores más desposeídos (los débiles), señala que probablemente esta cultura en plural alimente a la cultura popular; pero esto no quita que los poderosos, en una específica posición de sujeto, no sean consumidores también.

Habría entonces, en esta argumentación, dos dimensiones superpuestas aunque sin vínculos de necesidad: una dimensión que resulta de la posición de sujeto (no-productor), y otra que indica que quienes conforman mayoritariamente el grupo de los no-productores son los sectores ubicados en las posiciones más desfavorables de la estructura social. Por este camino, el argumento decerteausiano conduce a un solapamiento con cuestiones relacionadas, sociológicamente, con la cultura popular. Para dar cuenta de estas prácticas culturales en sentido amplio, De Certeau se propone crear una ciencia de lo particular que ponga en relación la vida cotidiana con las circunstancias particulares del hombre y la mujer comunes, y que reconstruya, entonces, los ‘estilos de acción’ del sujeto ordinario”.

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