La reflexión de Marcos Novaro
Sergio
Massa, Axel Kicillof y Máximo Kirchner: unidad con poco amor y mucho espanto
Fuente: TN
(*) Notiar.com.ar
29/6/025
Máximo Kirchner está empecinado en hacer uso y abuso
de los pocos recursos que aún controla: en particular, los sellos de goma y los
cargos partidarios. Formalidades que, igual que la repartija de cargos en el
Estado, siempre le han servido para ocultar su falta total de carisma, de
sintonía afectiva y sensibilidad política.
Este viernes lo dejó ver en el encuentro que reunió al
PJ provincial, cuya lapicera aún maneja (tal como su madre, la del PJ nacional,
que siempre despreció), con sus fuerzas aliadas, Patria Grande, el Partido
Comunista, Nuevo Encuentro y muchos otros por el estilo, para “marcar la
cancha” de la interna del peronismo bonaerense. ¿A quién? A Kicillof, quien no
dirige ningún partido, solo un “movimiento”, el llamado “Derecho al Futuro”,
así que no fue invitado.
Estuvieron presentes varios dirigentes de partidos que
participan de ese movimiento y oficiaron de delegados del kicillofismo, con lo
cual, Máximo logró que este sector no fuera del todo excluido de su
convocatoria, pero sí quedara diluido y disminuido.
¿Va a conseguir el hijísimo, con este tipo de
jugarretas, disminuir el peso del kicillofismo en las listas para las próximas
elecciones? Difícil, porque como uno de los delegados del gobernador allí
presentes explicó, “las listas se discuten en otro lado”.
En esencia, esa discusión requiere que se reúnan los
tres actores centrales de este baile, el camporismo, el massismo y el
kicillofismo, sin mediadores ni formalidades, y en lo posible sin periodistas
ni fotógrafos cerca. Y están obligados a hacerlo, porque todos ellos saben que
juntos puede que igual pierdan, pero separados enfrentarían en septiembre una
catástrofe de consecuencias probablemente irreversibles en la disputa del poder
provincial, que tendría también efectos desastrosos en octubre para todo el
peronismo.
Y es este cálculo, y el espanto que en todos ellos
genera, el que finalmente le permite a Máximo seguir destilando desprecio y
sobreactuando representatividad con formalidades: sabe que Massa y Kicillof van
a aguantar sus tonterías y dilaciones, porque al final del día ninguno tendrá
otra opción, tarde o temprano tendrán que sentarse a arreglar las cosas y “sellar
la unidad”.
Y, lo más importante, al menos los otros dos, Massa y
Kicillof, también saben que solo en apariencia o marginalmente la confirmación
de la condena a Cristina y su consecuente y muy sonada “centralidad” han
cambiado las condiciones a que deberá acomodarse esa “unidad”.
Estas condiciones son básicamente dos.
Primera, más allá de los sellos de goma a que pueda
cada tanto apelar Máximo como “sus aliados en el territorio”, y el abuso que
haga de su propia “centralidad” como presidente del PJ bonaerense (lo volverá a
hacer el 5 de julio, con el Congreso partidario, otro ritual seguramente
soporífero e inconducente), Kicillof y el MDF son por lejos el polo hoy más
representativo del peronismo provincial.
De los intendentes de esta extracción, por lo menos 42
le responden, mientras que apenas 26, en el mejor de los casos, son leales a la
expresidenta y 16, con aún más matices y diferencias, se referencian en el
Frente Renovador de Massa.
Así que tarde o temprano Máximo y el camporismo
deberán aceptar que sea el gobernador quien tenga la batuta en el armado de las
listas que más le interesan, las de legisladores provinciales, porque la
segunda parte de su gestión en
La segunda condición indica que, a cambio de un
eventual reconocimiento de su preeminencia provincial, Kicillof deberá aceptar
que camporistas y massistas tengan cierta prioridad en las listas de diputados
nacionales. Lo que significará una implícita aceptación de que su “movimiento”
es apenas un fenómeno bonaerense, no nacional. Y que su aspiración de
reemplazar a quienes vienen conduciendo el peronismo en el país, Cristina y
secundariamente Massa, deberá por lo menos postergarse.
Claro que todo esto, aunque logre funcionar, estará
igual agarrado con alfileres. Porque, ¿qué pasa si los massistas y camporistas
aceptan que los candidatos de Kicillof encabecen las listas de las ocho
secciones en que se elegirán legisladores en septiembre, pero para dejar a su suerte
esas listas, quitarles todo apoyo y concentrar sus esfuerzos en los municipios
que controlan, o reservarlos para la elección de octubre?
Y ¿qué pasaría si Máximo, o algún figurón camporista
que él designe (opción que resultaría mucho más razonable, dados los números
que arrojan las encuestas sobre él y sus inminentes problemas judiciales),
encabeza en la tercera sección, y son los intendentes kicillofistas de esa
sección los que hacen huelga de brazos caídos e indirectamente favorecen su
derrota?, ¿o si ese quite de colaboración se da en octubre, cuando los
intendentes bonaerenses que se alinean con el MDF bien pueden desinteresarse de
una campaña encabezada por sus adversarios internos?
Es el tipo de problemas que surgen cuando la unidad no
está sostenida por affectio societatis alguno, ningún diagnóstico ni horizonte
compartido, sino apenas un común temor al derrumbe.
Y cuando todas las partes apelan a su “peso”, su
“historia”, su “representatividad”, en suma, su “centralidad”, porque nadie
conduce, ninguna facción tiene una idea superadora para salir del pozo y todas
se niegan confiar en las demás.
Lo que nos lleva al centro del problema: Cristina.
Cada vez que la señora y sus admiradores festejan su
“centralidad”, deberían recordar que en su momento, también Jack el Destripador
la logró, y no por eso acumuló poder alguno sobre el prójimo, ni siquiera pudo
disfrutar de su fama.
Su “centralidad”, más aún en la clave victimista en
que está planteada, es más un obstáculo que un recurso para resolver los problemas
que enfrenta en estos días el peronismo. Y cuando avance la campaña esto se
volverá más visible. Porque Cristina se mete en más y más aprietos mientras
empieza a cumplir su condena. Ahora circula la idea de que buscará sostener la
atención de su público a través de un canal propio de streaming. Con lo que
pasaría de competir con Milei a hacerlo con el Gordo Dan, y dejaría ver lo
mucho que se ha degradado su moneda de tanto hacerla circular sin respaldo, al
abusar de la fama con cada vez menos poder.
En este contexto, ¿una nueva derrota del kirchnerismo
destrabará la renovación del peronismo? No sucedió con ninguna de las siete
caídas previas del sector en elecciones nacionales, así que nada asegura que
vaya a ser esta vez el caso.
Y, ¿si se abriera de todos modos un poco más a nuevas
figuras e ideas, eso se daría dentro o fuera del partido? Con Cristina abrazada
como última tabla de salvación a la presidencia del PJ, es muy poco probable
que suceda lo primero. También porque se trata, recordemos, de una organización
bastante disminuida. Nunca tuvo tan poca representatividad territorial: solo
seis gobernaciones le responden y tiene chances de perder varias de ellas en
dos años y no poder compensarlas con victorias en otros lados. Encima, ninguno
de sus gobernadores tiene proyección nacional, salvo Kicillof, quien, como
hemos visto, si tiene alguna chance de salir bien parado de estas elecciones,
será renunciando a trascender los límites de su distrito.
En este marco, el PJ deberá en los próximos días resolver
otro asunto complicado: si extiende la campaña “Cristina libre” a la defensa de
sus propiedades mal habidas. Va a ser un momento embarazoso, aun para una
fuerza que acumula embarazos.
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