Para los lectores de El Informador Público
Rememorando a
Jean-Paul Sartre (1)
IP-31/7/025
El 21 de junio se cumplió el
centésimo vigésimo aniversario del nacimiento de uno de los filósofos más
relevantes del siglo XX. Jean-Paul Sartre nació en París el 21 de junio de
1905. Estudió en París en la École Normale Supérieure, donde se graduó en 1929
con un doctorado en filosofía. Ejercieron influencia sobre su concepción
filosófica Henri Bergson, Immanuel Kant, George Wilhelm Hegel, Friedrich
Engels, Soren Kierkegaard, Edmund Husserl y, especialmente, Martín Heidegger y
Karl Marx. Entre 1929 y 1931 realizó el servicio militar en el Ejército
Francés. En 1939 sirvió como meteorólogo en el Ejército de su país. Al año
siguiente fue capturado por el ejército alemán en Padoux. Estuvo detenido
durante nueve meses. Sin embargo, no dejó de interesarse por la filosofía. En
ese punto límite de su vida leyó “Ser y tiempo” de Heidegger. Luego de su
liberación recuperó su puesto de profesor en el Liceo Pasteur. En octubre de
1941 comenzó a ejercer la docencia en el Liceo Condorcet de París. En ese año
fue cofundador de un grupo clandestino denominado “socialismo y libertad”,
cuyo lema fundamental era no tener piedad con los franceses
colaboracionistas.
Una vez terminada
Buceando en Google me
encontré con un ensayo de Lourdes Gordillo Álvarez-Valdés (Universidad de
Murcia) titulado “Sartre: La conciencia como libertad infinita”
(Tópicos-Revista de Filosofía-Universidad Panamericana-Distrito
Federal-México-2009). Analiza el existencialismo enarbolado por Sartre.
INTRODUCCIÓN
“El sueño más deseado por el
hombre ha sido acceder a una libertad sin límites, una libertad absoluta. Por
ello, Sartre comenzó por rechazar toda determinación, ya fueran las
determinaciones conceptuales del propio intelecto, entendidas como
determinaciones procedentes del mundo externo o cualquier otro tipo de
coacciones contrarias a la libertad. Hay que comenzar por indicar algunos de
los presupuestos filosóficos básicos de la filosofía de Sartre respecto de la
libertad. En primer lugar, para Sartre es importante considerar que la libertad
no tenga ningún condicionamiento, ni de tipo esencial, ni de tipo racional,
pues cualquier condición limita la libertad y Sartre estaba buscando una
libertad absoluta, sin límites impuestos desde fuera de uno mismo. No hay que
olvidar que en Sartre la condición carnal del sujeto y sus necesidades
materiales, son ya una limitación, causa de la vergüenza del hombre que las
padece. Así es como el hombre se convierte en un ser autónomo, se otorga sus
propias leyes, valores, lenguaje, depende de sus propios impulsos y deseos,
muchas veces más fuerte que su propia decisión.
Pero para ser totalmente
libre de determinaciones, lo primero que Sartre debe abolir es la propia
esencia. Pues, un hombre que procede de nada, sin procedencia, sin esencia que
le limite, debe ser capaz de crearse a sí mismo o capaz de cambiar su propia
realidad, su condición, incluso, decidir sobre su existencia. Por eso en Sartre
la existencia precede a la esencia, pues de este modo previene a la libertad de
ser determinada por su esencia, ya que si la realidad humana estuviera
definida, pensada de antemano, ¿qué le quedaría al hombre por decidir?, ¿qué
imposiciones externas recibiría el hombre? Sólo la existencia puede proyectarse
fácticamente en el mundo por la propia decisión del hombre, todo depende de él.
Todo lo que el hombre hace en el mundo, todo lo que proyecta, todo lo que vive
es decisión suya, porque no está definido de antemano. Sartre nos ofrece así la
auténtica existencia unívoca, el camino de la autenticidad que conduce al
fundamento antropológico.
Para Sartre existir
auténticamente significa reconocer que el hombre tiene que inventar su propia
identidad a través de sus libres decisiones y acciones. Desde esta perspectiva
se entiende que la libertad de Sartre supone trazar un camino para recuperar la
libertad del hombre de las manos de un ilegítimo creador inexistente, para
conseguir que el hombre sea libertad, sin referencias existenciales, ni
culturales, sin orientación, sin sentido, en un mundo que no tiene constitución
propia, sino que los obtiene cuando el hombre le otorga su significado y sus
valores. Recuperar la libertad del hombre supone recuperar también su origen.
En este sentido, se comprende también que en Sartre la negación de Dios es un
presupuesto necesario para la afirmación de la libertad en el hombre.
Aunque Sartre advierte que el
ateísmo no es fundamental en su pensamiento, su ontología es un intento de
explicar las consecuencias que se derivan de una existencia en tales
condiciones de desamparo y hostilidad. En consecuencia, siguiendo a Nietzsche,
ha tenido que seguir las implicaciones de la anunciada muerte de Dios. Sea de
una manera o de otra, la libertad absoluta acaba siendo una utopía que termina,
antes o después, con la muerte, como algo propio de la condición humana finita.
¿Será posible acabar con la condición finita del hombre? ¿Debemos intentar
explicar o justificar la creación del hombre desde un proceso evolutivo en el
que por azar surge la autoconciencia? Cualquier solución podría ser admitida
siempre que se garantice una argumentación filosófica que nos permita
analizarla con cierta coherencia. No obstante, la condición finita del ser
humano tropieza con los sueños utópicos y reiterativos al pensar que el poder
de la ciencia y la técnica, darán al hombre una libertad absoluta sobre sí
mismo y sobre el mundo.
Pero para lograr esto, a
Sartre no le ha hecho falta recurrir a los poderes fácticos, sino que ha
preferido que el hombre sea libre desde el principio del existir. La
problemática de la libertad pone de nuevo en evidencia la importancia de esta
cuestión central de la antropología filosófica, ya que la libertad es necesaria
para encontrarse el hombre a sí mismo, abierto a múltiples posibilidades. Pero
una libertad entendida como parte esencial de la condición humana, sin la cual
es difícil comprender al hombre, es una libertad entendida como apertura, ante
todo, una libertad relacional. Ahora bien, el punto de partida del pensamiento
de Sartre es antropocéntrico, la directriz de su investigación se manifiesta
con claridad en su expresión: “el hombre es el único ser que se cuestiona su
ser”. Éste es el centro que determina y dirige su pensamiento, ya que la
conciencia es la que posibilita este cuestionamiento del propio ser. De este
modo, otorga la primacía a la conciencia o subjetividad como punto de partida
de su pensamiento.
Esta libertad absoluta, a la
que apunta Sartre y otros pensadores, llega a su total plenitud en el nivel más
bajo de conocimiento, es decir, en un estadio precognitivo pues cuando la
conciencia se encarna en el hombre, irrumpe en una situación limitadora desde
la que debe proyectarse y reconocer sus propios límites. “Las resistencias que
la libertad desvela en el existente, lejos de constituir para ella un peligro,
no hacen sino permitirle surgir como libertad. Pero la fórmula ‘ser libre’ no
significa ‘obtener lo que se ha querido’, sino determinarse a querer por sí
mismo”. Somos una libertad que elige ser libre y se crea nuestra verdadera
situación cuando asumimos en libertad el ser y nos fijamos una meta. Para
Sartre el hombre, no el ser, ocupa el centro de la existencia, por tanto, el
significado de las cosas no es dado por el ser, sino por una invención del
individuo humano. Los fundamentos de esta existencia humana son la suma de cada
acto de elección libre realizada por cada individuo.
El punto de partida es el
principio de inmanencia. “No existe otro universo fuera del universo humano, el
universo de la subjetividad”. El “yo existo” es la realidad inmediata
inobjetivable del fundamento, del origen, la autoexperiencia de la existencia,
es un pensar desde el existir como experiencia. Por eso, para Sartre la toma de
conciencia de mi propia existencia o de mi existir es punto de partida del
pensamiento. Desde esta perspectiva, se puede decir que Sartre avanzó más que
Descartes después de la fundamentación del yo pienso cartesiano, pasó al yo
soy, porque es el camino que conduce al ser de la posición moderna de la
conciencia ontológica, desde la nada del ser yo, que se pone pensando. La
diferencia entre Sartre y Descartes es que la conciencia sartreana mira al
mundo, no sólo a sí mismo y debe operar, en ella misma, según la tesis de la
intencionalidad. Además esta intención operativa no puede ser cognitiva, ya que
el conocimiento siempre se dirige primero a un objeto, no a él mismo, por
tanto, es anterior al conocimiento.
Estamos hablando de lo que
Sartre llama estadio precognitivo de la conciencia, donde aparece el ser
transfenomenal como ser y la conciencia aparece como fenómeno que hace
referencia a sí misma. La conciencia de conciencia, como conciencia no tética,
es decir, conciencia no cognitiva o prerreflexiva, es la relación no cognitiva
de la conciencia a sí, de la cual depende la verdadera posibilidad de la
conciencia. Esta conciencia no cognitiva a la que se refiere Sartre es
condición de toda conciencia reflexiva. Por ello, el cogito prerreflexivo o conciencia
no cognitiva es la condición del cogito cartesiano como lo es también de
cualquier cogitación (pensamiento) y es el principio absoluto de la filosofía.
Esta fundación de la filosofía en la subjetividad no cognitiva de la conciencia
es fundamento y condición de una libertad absoluta. Todo esto nos indica el
interés de Sartre por destacar la soberanía e independencia de la conciencia
respecto del fenómeno o realidad, aunque al mismo tiempo, permite que la
conciencia pueda concordar con la realidad más pragmática y plena, sin suprimir
una a costa de la otra, con la intención de favorecer la fundación de una moral
y política positivas en una ontología fenomenológica.
La obra de Sartre hay que
entenderla desde esta perspectiva de la dialéctica de la conciencia, en su
intento de relacionarse con el ser del fenómeno. Para Sartre es importante
establecer la relación entre conciencia y realidad, tratar de comprender ese
momento dialéctico de la conciencia, en el cual, supuestamente, capta la
realidad tal como nos aparece. En este breve recorrido de los presupuestos
filosóficos básicos de Sartre, este artículo sobre la conciencia como libertad
pretende mostrar ese intento sartreano de alcanzar la libertad absoluta a
través de un proceso que se genera en la conciencia pura, incondicionada, hasta
la conciencia encarnada. Desde una libertad absoluta o, las distintas formas de
entender esta conciencia, hasta la conciencia encarnada en el hombre concreto
que se manifiesta en la acción”.
LA CONCIENCIA ESPONTÁNEA O PARA SÍ
“Antes de comenzar hablando
de la conciencia conviene recordar el surgimiento del para-sí o conciencia y su
relación con el en-sí. Aunque hay que establecer una relación entre ambos tipos
de ser: el en-sí y el para-sí, sin embargo debemos también considerar la
relación de la conciencia consigo misma y con el mundo, ya que es importante
para comprender mejor su estructura libre y su total indeterminación. Por eso
vamos a conocer primero la estructura de la conciencia y su relación consigo
misma y con el mundo, porque de esta forma se hace más comprensible la
infinitud de la libertad que es la conciencia, su pura espontaneidad, en su
emerger en el corazón del en-sí. Estamos tratando la conciencia pura o
espontánea, es decir, la conciencia en su proceso de emergencia y en su fase no
posicional o de cogito prerreflexivo, ya que esta conciencia nos permite
acceder después a la conciencia encarnada y a la libertad del hombre en el
mundo, pero si no tuviéramos la referencia de la conciencia abstracta o espontánea
no podríamos aceptar la plena libertad del hombre.
Con esto quiero indicar que
la conciencia espontánea es decisiva para entender la libertad en su aspecto
tanto teórico como práctico, tanto como conciencia prerreflexiva, como
conciencia encarnada o situada. Comenzamos por la interpretación de Sartre
sobre la presencia de la conciencia considerada como un acontecimiento
absoluto, que no tiene más explicación posible que la de ser un puro hecho
contingente, el cual sólo podemos constatar pero no justificar con razones. De
tal modo, que la existencia de la conciencia nos remite a un acontecimiento
primitivo: el surgimiento del para-sí. Esta aparición de la conciencia sólo
puede explicarse a través del en-sí, aunque el en-sí no tiene un primado sobre
ella. Sartre afirma que “La conciencia no es la realización de una posibilidad:
surge en el seno del ser, crea y sostiene su propia esencia. La conciencia
existe por sí y no tiene causa. La existencia pasiva —la de un sujeto que no
actuase— es impensable. Renunciando a la primacía del conocimiento, hemos
descubierto el ser del cognoscente y encontrado lo absoluto. Un absoluto
no-sustancial”.
Pues bien, esta dimensión
contingente del para-sí permite comprender la conciencia como un ser que es
totalmente responsable de su ser, en tanto que ella misma es su propio
fundamento injustificable. La evidencia de la conciencia en el mundo es el
reconocimiento de una necesidad de hecho, aunque de suyo sea injustificable. La
conciencia ha surgido de un modo inexplicable y, como tal, ha de ser reconocida
la necesidad de su existencia, la cual tiene que ver con esa referencia de la
conciencia al mundo y del mundo a la conciencia. Ahora bien ¿qué entiende
Sartre por conciencia? Podríamos decir que lo propio de la conciencia es su ausencia
de limitación o fundamentación, ya que ella misma constituye sus propias
motivaciones y es transparente de un extremo al otro, porque elimina todo tipo
de entidades, tales como imágenes, emociones, impulsos, sujeto trascendental,
que enturbian la espontaneidad absoluta de la conciencia. Por eso, Sartre
considera que la conciencia es “un absoluto” de la existencia, ya que no puede
ser originada a partir de algo exterior. Y, en ese sentido, cabe afirmar que la
conciencia es total transparencia pues no hay nada, ni fuera ni dentro de ella,
que la condicione. Sartre pone como ejemplo una caja de cristal transparente
que deja pasar todos los vientos, siendo ella siempre traslúcida y abierta.
No cabe duda que la idea de
Sartre es dar a la conciencia un estatuto de absoluta vacuidad, donde no cabe
ningún contenido o entidad que pueda, de alguna manera, “determinar” o
configurar la conciencia y que nos permita hablar de algún tipo de “esencia”,
algo que es impensable en un pensamiento donde la existencia precede a la
esencia. “La conciencia es la realización de una posibilidad: surge en el seno
del ser, crea y sostiene su propia esencia. La conciencia existe por sí y no
tiene causa. La existencia pasiva, la del sujeto que no actuase, es impensable.
Renunciando a la primacía del conocimiento, hemos descubierto el ser del
cognoscente y encontrado lo absoluto. Un absoluto, no substancial” (Sartre).
Hay que insistir en subrayar que la conciencia no tiene ningún fundamento por
el cual haya llegado a la existencia, es pura espontaneidad, plenamente
traslúcida a sí misma y no puede surgir a partir de algo pasivo, porque la
conciencia en cuanto “absoluto de existencia”, es un absoluto, no sustancial,
que no puede ser limitado por nada exterior.
En este sentido, hay que entender
las palabras de Sartre cuando habla de que “hay un cogito prerreflexivo que es
la condición del cogito cartesiano”. Esta conciencia prerreflexiva supone
ampliar la conciencia a toda la existencia humana, al tiempo que justifica la
unidad de nuestra conciencia, tanto cuando se trata de actos de conciencia
directos del objeto, como si se trata de actos de reflexión, es decir, que “la
conciencia no reflexiva es la que hace posible la reflexión”. Esta nada de la
conciencia que es carencia surge como un sujeto, con espontaneidad y actualidad
pura, que precede a cualquier conocimiento. Sartre se niega a introducir en la
conciencia la distinción entre sujeto y objeto y hace a la conciencia,
conciencia no cognoscitiva de sí (cogito prerreflexivo). Así la conciencia en
su proceso de aparición constituye su referencia al objeto y al mundo. De este
modo, consigue colocar la existencia en el centro de su filosofía y la
autonomía total del hombre que define la esencia y el sentido de la realidad,
sin ser determinado por nada exterior a él.
Para la conciencia el momento
de existir supone tomar conciencia de su existencia en su confrontación con el
mundo, una conciencia que se enfrenta a sí misma como pura espontaneidad. Esta
inexplicable confrontación de la conciencia consigo misma es fundamentalmente
el cogito. Aunque hay una necesidad para la conciencia de existir como
conciencia de algo otro que ella misma. Podemos hablar de dos momentos de la
conciencia: un momento original que llamamos conciencia prerreflexiva o cogito
prerreflexivo; es una conciencia no cognoscitiva de sí: se realiza en el
proceso de aparición de la conciencia, cuando se constituye frente al objeto y
el mundo, ya que no hay conciencia que no sea referencia a un objeto. La
conciencia prerreflexiva es, precisamente, esa referencia a los objetos:
referencia o intencionalidad no consciente. Pues bien, la conciencia
prerreflexiva nos revela una dimensión precognitiva, que manifiesta el ser como
tal, el ser radicalmente otro de la conciencia que es el mundo de los objetos.
Esa referencia precognitiva
de la conciencia hacia el objeto revela, de forma clara, la existencia del
en-sí, del “ser otro” de la conciencia. Así, la conciencia prerreflexiva o el
cogito prerreflexivo demuestra la existencia de un ser transfenomenal del
objeto que Sartre debe explicar para que no se entienda de forma equívoca. Si
examinamos el cogito prerreflexivo en su referencia al ser en-sí, entendemos
que hay dos polos del ser: el en-sí y el ser de la conciencia o para-sí, pero como
toda conciencia es conciencia de algo, en el nivel prerreflexivo la existencia
de un ser transfenomenal debe entenderse como la intencionalidad pura de la
conciencia prerreflexiva a la realidad del en-sí, porque toda conciencia es más
que autorreflexión o, mejor dicho, toda conciencia implica también su ser no
consciente. Con esto se quiere advertir que el ser transfenomenal en el nivel
precognitivo de la conciencia debe comprenderse desde la estructura del cogito
prerreflexivo, como pura intencionalidad, en su referencia al en-sí. Es decir,
la conciencia prerreflexiva siempre es conciencia de y, en esta primera fase
del proceso del surgimiento del para-sí, la conciencia prerreflexiva está
intencionalmente referida al en-sí, a la realidad bruta, pero la conciencia
está en un estadio precognitivo, donde su referencia al ser es pura
intencionalidad.
No hay una constitución del
mundo por la conciencia, sólo la pura referencia a la realidad. Precisamente
este campo de la conciencia prerreflexiva es para Sartre el ideal de la
libertad abstracta, de una conciencia exenta de toda determinación en virtud de
su estructura: pura libertad teórica. Por ello, Sartre enfatiza que la libertad
verdaderamente significativa para el hombre es la libertad concreta que le puede
llevar a actuar en el mundo, cambiar el mundo de acuerdo con una finalidad
subjetiva, pero sin olvidar que en su sentido más original, en su proceso de
existencia, la conciencia es pura transparencia, libre de toda determinación o
condicionamiento, gracias a su estructura precognitiva. Si no partimos de esta
conciencia pura es difícil decir que el hombre es libertad. En otras palabras,
aunque es verdad que podemos decir que el hombre es libre y puede modificar la
realidad, también debemos considerar que esto es una realidad que podemos
alcanzar, gracias a la pura posibilidad que le otorga la conciencia original.
En consecuencia, cuando hablamos de la libertad hemos de decir que la
conciencia tiene un proceso de constitución en el cual, partiendo de un estado
prerreflexivo, pasa de lo incondicionado a lo concreto, de lo precognitivo a lo
cognitivo”.
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