La columna de economía de Claudio Scaletta
El cisne negro de la corrupción y el fin de la
legitimidad
El Destape
31/8/025
Las ideas económicas de Javier Milei
son rudimentarias. El presidente estudió en una universidad académicamente
marginal y recibió un doctorado honoris causa de un grupo de conmilitones por
el que, bordeando la usurpación de títulos y honores, se hace llamar “doctor”.
Su saber se limita a unas pocas identidades contables sobre la cantidad de
dinero y el equilibrio presupuestario, es decir a la suma de un monetarismo y
un fiscalismo primitivos que no se practican en ningún lugar del planeta. Nunca
comprendió la dinámica económica, las relaciones causa efecto entre las
políticas y sus resultados. Su profundidad matemática y su jerga son las de un estudiante de
microeconomía básica, algo así como de segundo año de la licenciatura. Y su
capacidad de construir políticamente, un requisito indispensable para llevar
adelante cualquier plan económico, es inexistente. No le
interesa la construcción de mayorías. También en este rubro cree que la
disputa es a todo o nada, que el camino no es convencer, sino “domar”.
Los resultados de estas visiones están
a la vista. Indujo un shock de partida, la única acción realmente inevitable
dados los desajustes de “la herencia recibida” que tanto recalcan los
consultores económicos de todo tipo y color. A partir del shock y después de
haber retrocedido diez casilleros, se comenzó a contar desde cero. La política
fiscal fue un ajuste draconiano del gasto a la par que se aflojaban impuestos
de todo tipo a los más ricos, desde bienes personales a retenciones, lo que no
solo fue regresivo, sino que afectó las funciones elementales del Estado, que
hasta dejó de amortizar la infraestructura básica y se apropió de recursos que
legalmente les pertenecían a las provincias.
Su política monetaria fue trasladar
pasivos contables del Banco Central a deuda del Tesoro e iniciar una política
de apreciación cambiaria como ancla antiinflacionaria. En paralelo pisó todo lo
que pudo las paritarias, sumando al ancla cambiaria, la salarial, otro reflejo
del carácter de clase del gobierno. Como la apreciación del peso fue ficticia,
es decir nunca fue el reflejo de la mejora en la productividad de la economía y
el superávit de la cuenta corriente del balance de pagos, que por el contrario
pasó al rojo constante, debió financiarse con entrada de capitales. Primero,
durante la segunda mitad de 2024, fueron los fondos del exitoso blanqueo, más
de 23 mil millones de dólares, un ingreso privado que no se reflejó en un
aumento de reservas internacionales. Luego, ya a partir del segundo trimestre
de 2025, comenzó a consumirse el nuevo endeudamiento con el FMI, del que ya
llegaron 14 mil millones sobre 20 mil, lo que agravó la solvencia intertemporal
de la economía.
A pesar de las recomendaciones del
grueso de los economistas, el gobierno persistió en la estrategia de no
acumular reservas. También por dogmatismo, optó por eliminar las restricciones
cambiarias para las personas humanas, el “levantamiento del cepo”, quienes
previsiblemente empezaron a dolarizar sus excedentes. El Presidente dijo incluso
que recién compraría divisas cuando el tipo de cambio baje de 1000. Luego, como
los dólares no son infinitos, el gobierno recurrió al uso indiscriminado de un
conjunto de mecanismos: primero fueron las operaciones de dólar futuro, lo que
se traducirá en pérdidas multimillonarias para el BCRA. Luego llevó los tipos
de interés hasta niveles de tasa real positiva que destruyen el funcionamiento
normal de la economía provocando recesión. Finalmente, en las últimas semanas y
siempre para evitar que los pesos se vayan a dólares, decidió aumentar a
niveles irracionales los encajes bancarios, que ya están en más del 50 por
ciento y mantiene en estado de furia al sector financiero. Y para completar,
esta semana el gobierno rompió el último dogma y comenzó a vender los dólares
de las reservas.
Por el lado de los ingresos hubo
sorpresa en el oficialismo porque a pesar del RIGI, el régimen sodomita para
atraer capitales a la producción, la inversión extranjera cayó a mínimos
históricos. Si se creía que la sumatoria de medias anti Estado eran “pro
mercado” y “pro inversión” no estaría funcionando. Los capitales no creen en la
sostenibilidad el modelo libertario. Votan con los pies, no vienen. Entre otras
razones porque invertir en Argentina resulta carísimo en dólares, a lo que se
agrega que la percepción del capital sobre la capacidad de pago de la economía
sigue cayendo, es decir, el riego país sigue en alza.
El primer balance preliminar es que no
hace falta ser un opositor furioso para advertir que el modelo mileísta entró
en una fase de insustentabilidad de la que le será muy difícil salir, no solo
por su orientación, sino también por la mala praxis. Se puede comprender que el
gobierno se juegue a mantener las apariencias de una estabilidad ficticia hasta
las elecciones, menos claros parecen los beneficios esperados para el día
después, pues incluso la ilusión de un holgado triunfo libertario que nadie
predice no sería una solución para ninguno de los problemas planteados. Parte
del oficialismo se esperanza en que un buen resultado electoral provoque el
efecto mágico de la recuperación de la “confianza de los mercados”. Sin
embargo, aunque los mercados comparten el corazoncito anti Estado, nunca dejan
de mirar los números. Un ejemplo en la historia reciente es 2018, también con
Luis Caputo manejando las cuentas públicas.
Resulta difícil no relacionar la
evidencia de la insustentabilidad creciente del plan económico con la
emergencia del inesperado cisne negro del escándalo de corrupción. El
oficialismo decía representar tres banderas en orden de importancia: terminar
con la inflación, terminar con el “déficit de represión” de la protesta
callejera y luchar contra “la casta política corrupta”. En el momento cercano
en que ya no se pueda sostener el precio del dólar, la bandera de haber
reducido la inflación desaparecerá. La bandera de luchar contra la casta
corrupta, en cambio, ya cayó con el affaire de las escuchas. Sin embargo, las
evidencias de corrupción oficial no son nuevas, vienen desde el comienzo de la
administración. Ya era un rumor o dato que la hermanísima presidencial
intermediaba en distintas recaudaciones. El caso de la criptomoneda $Libra tuvo
todos los componentes de una estafa. Las “presuntas” coimas en discapacidad, como
“los bolsos de López”, tuvieron en cambio la potencia de lo muy visible para el
común de la población. La pregunta del millón es si existe alguna relación
entre la difusión de los audios grabados muchos meses atrás con las señales de
la creciente insustentabilidad del programa económico.
Repasando la historia, Milei fue puesto
en los medios de comunicación por sus antiguos empleadores para cumplir el rol
de guerrero ideológico, para correr el discurso económico a la derecha, rol que
en la segunda mitad de los años ’90 cumplía José Luis Espert. Pero sucedió que
el personaje creado para ser panelista televisivo resultó exitoso. Medía. Fue
una suerte de economista ideal, no sólo no molestaba al poder económico, sino
que le era funcional y, por su estilo controversial y payaseco sumaba rating. Sobre
finales del macrismo fue el economista con más minutos de aire en los medios
audiovisuales. Su presencia continuó durante el gobierno del Frente de Todos y
su fama mediática, conseguida a fuerza de aire, le permitió ser elegido
diputado nacional. Su paso por
Entusiasmado con el éxito de su
criatura, el poder económico lo cobijó y, tras el triunfo electoral, lo encerró
en un hotel y le armó un programa económico maximalista. Milei llegó al poder
sin red, pero el establishment se apuró a sumarle cuadros técnicos y su aparato
de legitimación mediática. Lo que no pudo proporcionarle, aunque lo intentó a
través del PRO, fue una estructura política territorial.
Una de las principales limitaciones
para cualquier proyecto de desarrollo reside precisamente en que el poder
económico no tiene proyecto de país a largo plazo. Su único plan es destruir al
Estado que cobra impuestos y buscar toda la desregulación que sea posible.
Incluso a costa de la infraestructura más básica. La llegada de Milei fue
recibida como la posibilidad de destruir el Estado con apoyo popular. El caldo
de cultivo fue la persistencia de la alta inflación. Pero próxima a cumplir la
primera mitad de su gobierno, la criatura parece haber dado ya todo lo que
podía dar. El reseteo del gobierno del que se habla en todos los ámbitos del
poder no podrá ocurrir sin un salto devaluatorio, lo que terminará con la
bandera del éxito en la lucha antiinflacionaria, es decir con la ilusión de la
estabilidad macroeconómica conseguida a fuerza de deuda, y golpeará duramente
los restos de la legitimad oficial.
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