Para los lectores de El Informador
Público
octubre 04, 2019
Lamentablemente, no me equivoqué (4)
Hernán Andrés
Kruse
04/10/2019
En su
edición del 29 de marzo de 2016, El
Informador Público tuvo la gentileza de publicar un artículo de
mi autoría titulado “La visita de Obama”, en el que efectúo una comparación de
la política exterior de Macri con la de Néstor Kirchner. A tres años y medio de
aquella visita el contenido del artículo goza de una absoluta vigencia.
La visita de Obama
Para
Washington todo volvió a la “normalidad”. La Argentina, de la mano de
Mauricio Macri, retomó el ejemplo de Carlos Saúl Menem. Pasaron casi veinte
años de la última visita de un presidente de Estados Unidos al país. En 1997 el
demócrata Bill Clinton estuvo en el país para reafirmar la “amistad” entre
ambas naciones y destacar las cualidades excepcionales del presidente
argentino. En ese entonces el riojano era el presidente mimado de los Estados
Unidos. La aplicación de una política económica ortodoxa y el alineamiento con
los Estados Unidos y Europa fueron valorados por la élite económica y política
mundial, que elevó a Menem a la categoría de líder planetario. La Argentina formaba
parte del mundo según el imaginario de Washington. Después la Argentina descarriló.
La hecatombe de diciembre de 2001 hizo posible el retorno del país al
“populismo”. Con el kirchnerismo en el poder la Argentina sepultó
las relaciones carnales y apostó por el multilateralismo internacional, lo que
en la práctica significó un alejamiento de Estados Unidos y un acercamiento
a la Venezuela de
Hugo Chávez, al Ecuador de Rafael Correa y la Bolivia de Evo
Morales. Durante los próximos doce años y medio la Argentina actuó al
margen de la influencia norteamericana: el corte del cordón umbilical que mantenía
unido al país con el FMI y la
Cumbre de las Américas de 2005 fueron los hechos más
contundentes en este sentido. Estados Unidos reaccionó como se preveía: condenó
a la Argentina a
la irrelevancia internacional. George Bush (h.) y su sucesor, Barack Obama,
ignoraron al matrimonio Kirchner, a tal punto que Obama, por ejemplo, jamás
invitó a Cristina a que visitara oficialmente la Casa Blanca. Pero
el 22 de noviembre de 2015 se produjo un hecho muy importante, no sólo
para la Argentina sino
para los Estados Unidos y Latinoamérica: Mauricio Macri le ganó a Daniel Scioli
y se transformó en el nuevo presidente de todos los argentinos. Durante la
campaña electoral el candidato de Cambiemos había anunciado que en caso de
llegar a la presidencia sepultaría la política exterior del kirchnerismo. Y
cumplió. El primer gesto del flamante presidente fue la designación en la Cancillería de
Susana Malcorra, una conocida funcionaria de las Naciones Unidas que comulga
con la ideología macrista. El segundo gesto de Macri fue su visita a la
paradisíaca Davos donde se reunió con la élite financiera mundial y algunas
figuras políticas como el vicepresidente norteamericano Joe Biden, el primer
ministro inglés James Cameron y el premier israelí benjamín Netanyahu. Desde un
principio, al igual que Carlos Menem un cuarto de siglo atrás, Macri se
comprometió a “reinsertar” al país en el mundo.
Ahora
bien, el logro de ese objetivo lejos está de ser gratuito. Luego de doce años y
medio de “rebeldía” la
Argentina no podía pretender volver a formar parte del
exclusivo club del primer mundo sin pagar algún costo, sin ofrecer a Estados
Unidos unas cuantas pruebas de amor. Lo primero que se le exigió a Macri fue el
arreglo con los fondos buitre. A ese arreglo la república imperial le puso
plazo: el 14 de abril. De ahí la desesperación de Macri por lograr la
aprobación parlamentaria del acuerdo. Al principio el panorama se le presentaba
bastante complicado ya que Cambiemos no había logrado obtener la mayoría ni en
Diputados ni en Senadores. Dependía, pues, del peronismo para aprobar el
crucial acuerdo. Luego de varias negociaciones y de verse obligado a modificar
el texto original, finalmente el gobierno nacional logró que fuera aprobado
holgadamente en el recinto de la cámara de Diputados. Contó para ello con el
aporte invalorable del peronismo renovador y del bloque de ex kirchneristas
que, liderados por Diego Bossio, se escindió del anterior oficialismo.
Presionados por los gobernadores, algunos de ellos muy ligados al kirchnerismo
como Rosana Bertone (Tierra del fuego) y Lucía Corpacci (Catamarca), los
diputados representantes de los pueblos de esas provincias agacharon la cabeza
y votaron a favor del acuerdo con los holdouts. La extorsión de Macri-acuerdo
con los buitres o hecatombe económica-había dado sus frutos. El próximo 30 de
marzo está prevista la sesión en el Senado y todo indica que el acuerdo será
aprobado pese a que el kirchnerismo es dueño de la Cámara. Algunos senadores
que fueron electos por el kirchnerismo, como el santafesino Omar Perotti, han
anunciado que votarán afirmativamente.
La segura
aprobación del acuerdo con los buitres es la prueba de amor que necesitaba
Estados Unidos para bendecir a Mauricio Macri. A partir del próximo miércoles
se le abrirán a la
Argentina las puertas de los mercados internacionales,
requisito fundamental, según Macri, para hacer crecer y desarrollar al país a
través de la creación de puestos de trabajo. “Endeudarse” es el verbo mágico
del gobierno nacional, su único plan de gobierno. Sin ayuda externa Macri se
quedaría sin los dólares que necesita para poner en marcha la maquinaria del
país. Así como Aldo Ferrer lanzó el “vivir con lo nuestro”, Macri lanzó,
emulando a Menem, el “vivir de prestado”. La pregunta que cabe formular ahora
es la siguiente: ¿qué seguridad hay que luego de la aprobación parlamentaria
del acuerdo con los buitres llegarán al país las inversiones prometidas? Porque
Macri siempre creyó, al menos así lo puso en evidencia durante la campaña
electoral, que su sola presencia en la Casa Rosada provocaría
casi automáticamente el desembarco en la Argentina de un
ejército de inversores foráneos. Hasta ahora, se trató de una ilusión. Ni un
miserable dólar vino al país, a pesar de todas las medidas que adoptó Macri en
beneficio del poder económico concentrado. Teniendo en cuenta la experiencia
menemista no sería de extrañar que cuando el presidente y los gobernadores
pidan prestado a la banca internacional o pretendan colocar deuda en los
mercados, se encuentren con una desagradable sorpresa: el acuerdo con los
holdouts, si bien fue un paso fundamental, es tan sólo el primer paso.
Pretender que haya abundante crédito a bajas tasas de interés requerirá
de la Argentina no
una sino varias pruebas de amor. Cuando llegue el momento justo los prestamistas
aparecerán con su clásico listado de exigencias que incluye la vuelta al Fondo
Monetario Internacional como inclemente auditor de nuestra economía. Ahí
entrará en escena Christine Lagarde quien le dirá a Prat-Gay que la baja de la
tasa de interés sólo será posible si el gobierno cumple con estas exigencias:
severo plan de ajuste (tanto a nivel nacional como provincial), libertad total
al comercio con otras naciones (eliminación de la protección aduanera, en otras
palabras), eliminación de todos los controles sobre los capitales
especulativos, flexibilización laboral absoluta, despidos a granel; imperio
absoluto del mercado, en suma. Para que los dólares ingresen a la Argentina el
gobierno de Macri no tendrá más remedio que poner en práctica un duro e
inflexible programa económico ortodoxo. Adiós, por ende, al gradualismo
defendido por el propio presidente y por su ministro de Finanzas, Alfonso Prat
Gay. En ese momento será la hora de los halcones como José Luis Espert, Miguel
Ángel Broda y Carlos Melconián. Será la hora del sometimiento a los organismos
multilaterales de crédito y del endeudamiento masivo del país. Consciente o
inconscientemente, Macri condicionará el futuro de las nuevas generaciones de
argentinos.
La visita
de Obama se inscribe dentro de este contexto. Su amabilidad y cortesía lejos
estuvieron de ser gratuitas. Palmeó a Macri como en su momento Bush padre,
Clinton y Bush hijo palmearon a Menem y de La Rúa. La historia
vuelve a repetirse. Macri está dispuesto a sacrificar a las futuras
generaciones de argentinos para congraciarse con el FMI, paso fundamental para
tener relaciones cordiales con Estados Unidos. Después vendrán otras
exigencias, como el alineamiento a la política exterior norteamericana, lo que
significa en la práctica el alineamiento contra el Estado Islámico. Con la
asunción de Macri la
Argentina volvió a ser funcional a los intereses
geoestratégicos de la república imperial, más aún dada la delicada situación
por la que está atravesando Brasil, el país más relevante de Sudamérica. Con la
asunción de Macri el país volvió a endeudarse. Por lo menos si la plata que nos
dan fuera utilizada para mejorar la calidad de vida de los argentinos, el
endeudamiento sería tolerable. Pero todos sabemos cuál será el destino de esos fondos:
el pago de los intereses de la deuda. Igual que en los noventa.
Pero eso
a Obama lo tiene sin cuidado. Es un problema de los argentinos. Mientras tanto,
fue recibido con honores por el presidente argentino y las banderas de ambas
naciones flamearon juntas en la
Plaza de Mayo. Ambos mandatarios dieron juntos una
conferencia de prensa donde Macri destacó el liderazgo de Obama a nivel
internacional (vaya novedad) y donde Obama rememoró a Borges y Cortázar. Luego
dialogó con jóvenes emprendedores y se tomó su tiempo para visitar las bellezas
de Bariloche. A Macri se lo vio exultante. Su mirada lo decía todo.
Probablemente esté convencido de lo que está haciendo, crea sinceramente que el
endeudamiento externo y la pleitesía a Estados Unidos constituyen la única
manera de garantizar el desarrollo económico y el mejoramiento de la calidad de
vida de los argentinos. La historia ha demostrado que Estados Unidos sólo
piensa en sus propios intereses y que si le sonríe a un país emergente como el
nuestro es para sacarle el mayor provecho posible. Estamos hablando de la
república imperial y el respeto a los otros países no forma parte de su
diccionario, salvo que le demuestren fortaleza, como Rusia y China.
Néstor
Kirchner fue consciente de todo esto. Por eso decidió sepultar las relaciones
carnales. Estaba convencido de que la Argentina jamás podría salir del atolladero
en que se encontraba si continuaba atada a los designios del FMI. De ahí su
estrategia del canje de deuda. Al patagónico en ningún momento se le cruzó por
la cabeza la idea de desafiar el liderazgo de Estados Unidos. Lo único que
pretendió fue, nada más y nada menos, terminar de una vez y para siempre con la
deuda externa. Puede ser que su metodología no haya sido la mejor, la más
idónea, pero el desendeudamiento siempre es mejor que la dependencia. Estados
Unidos lo combatió porque sintió temor que su canje de deuda se expandiera como
ejemplo por toda Latinoamérica. Temió el efecto dominó. Pero el susto fue
pasajero. Además, no se puede comparar el canje de deuda con la anexión de
Crimea, por ejemplo. Ahora Estados Unidos sabe que con Macri el poco relevante
país del extremo sur del continente dejará de ser una piedra en su zapato.
Anexo I
Historia de la FEDE de Isidoro Gilbert
(segunda parte) (*)
Al comenzar
la década del cuarenta el mundo estaba convulsionado. El avance del nazismo
parecía incontenible y el EJE entre Berlín, Roma y Tokio se fortificaba a pasos
agigantados. La
Argentina, país importante en aquella época, no podía escapar
a la influencia de lo que acontecía en el sistema internacional.
En
1940 la Fede procuró
alcanzar un objetivo político relevante: ejercer el liderazgo del conjunto de
las juventudes políticas en un clima dominado por la antinomia
fascismo-antifascismo. La persecución de tal objetivo no significó que el PC se
desentendiera de su rama juvenil. Por el contrario, la Fede jamás podía darse
el lujo de entrar en conflicto con las autoridades comunistas, partidarias de
ir sentando las bases del Frente Democrático, cuyo contenido ideológico nada
tenía que ver con el anticapitalismo. Su objetivo fundamental fue el
ensalzamiento de un férreo patriotismo y la admiración por los más importantes
representantes de la línea “Mayo-Caseros” (Moreno, Sarmiento, etc.). Entre el
26 y 27 de abril de 1941 debía haberse realizado el I Congreso Nacional
de la Juventud
Argentina, cuya comisión Organizadora quedó en manos de los
comunistas y sus aliados. Su propuesta programática se basaba en el apoyo
irrestricto a la neutralidad, en sintonía con la postura de la InternacionalComunista.
Tal como sostiene Gilbert, el Congreso fue el primer
esbozo de lo que se conocería como Unión Democrática, la coalición política
constituida para enfrentar a Perón en 1946. Lamentablemente, el gobierno no
toleró que el congreso tuviera lugar. La represión fue impiadosa. Finalmente,
pudo realizarse en la ciudad de Córdoba, entre el 28 y el 30 de agosto de ese
año. Pero la situación internacional había cambiado. El 22 de junio de 1941 las
tropas nazis habían invadido la
UIRSS, con lo cual la postura favorable a la neutralidad era
insostenible. En consecuencia, durante aquellas jornadas en Córdoba se proclamó
la necesidad de ayudar a la Unión Soviética, Inglaterra, China y aquellos
países que peleaban contra el nazi-fascismo. El 26 de marzo de 1942 tuvo lugar
el VI Congreso de la Fede que
aprobó lo siguiente: “1) que se cumplan las resoluciones de Río de Janeiro,
reunión de cancilleres americanos, de apoyo a la ruptura de relaciones con los
países del Eje presentado por el diputado radical Raúl Damonda Taborda. 2)
Apoyo a la juventud soviética. 3) Organización del Frente Patriótico juvenil
por la libertad e independencia de la patria con los sectores antifascistas de
la sociedad”. Otra etapa del proceso que culminaría en la constitución de la Unión Democrática.
Gilbert
recrea con gran sagacidad los hechos que culminaron con el ascenso del
peronismo al poder en 1946. ¿Qué sucedió con la Fede a partir del
histórico triunfo de Perón en febrero de 1946? El ascenso de Perón al poder
significó para la Fede en
particular y para el comunismo en general, enfatiza Gilbert, un golpe
durísimo. La Fede se
desmoronó como un castillo de naipes. El siguiente párrafo del libro explica
con claridad, lo que había ocurrido: “La diferencia entre la coalición
peronista y la
Unión Democrática no fue avasallante, pero ése era un
argumento que podía tranquilizar, si se quiere, a los radicales y a algunos
aliados de los comunistas. Pero éstos no podían disimular lo fundamental que
había acontecido: el apoyo masivo de los trabajadores al programa y mensaje del
CORONEL DE LA ESPERANZA”.
Lo que más dolió a los comunistas fue que un importante porcentaje de nuevos
votantes se habían volcado al peronismo. Apenas asumió, Perón tomó una decisión
que pondría en evidencia su enorme olfato político: decidió establecer
relaciones con la URSS,
con lo cual descolocó al comunismo vernáculo. Ello explica por qué el diario
comunista “La Hora”
le dedicara poco espacio a semejante noticia. Pese a la derrota, la Fede no se desanimó.
Junto fuerzas para impulsar luchas sindicales, profundizar y estructurar su
influencia entre los estudiantes secundarios y universitarios y, finalmente,
para preparar las condiciones para el VII Congreso, que se realizaría en
noviembre, luego de que el PCA hubiera definido su postura frente al peronismo.
El apoyo de las masas trabajadoras al peronismo desveló al comunismo a partir
de entonces.
Gilbert
hace un pormenorizado repaso de la obra de Perón. Destaca lo que a su criterio
fueron sus aspectos positivos y los negativos. Mientras tanto, los días 15, 16
y 17 de noviembre de 1946 sesionó el VII Congreso de la Fede. “Durante esos
tres días”, dice Gilbert, “a tenor de la crónica del vocero juvenil, nadie
habló de las causas de la derrota, pero sí de reivindicaciones, de todas las
posibles tareas a realizar, pero poco o casi nada de política”. El desconcierto
del comunismo era notable. Cabe destacar la siguiente resolución adoptada
durante aquellas sesiones: “La juventud se ha pronunciado por el desarrollo
democrático del país y está latente su sentimiento de defensa de las garantías
constitucionales y su profundo respeto por nuestra tradición progresista y
democrática y su culto a los héroes de las gestas de la independencia. Su odio
al imperialismo y a la oligarquía y su apoyo a la política de paz de la UN. Sin bloques
regionales ni antisoviéticos que tratan de impulsar los magnates del
imperialismo anglo-yanqui, contra los pueblos del mundo y, especialmente,
contra su más consecuente defensora, la URSS, patria del socialismo”. Los cincuenta
fueron difíciles para la
Fede. Narra Gilbert: “No había comenzado nada bien 1950
para la FJC y
el PC: el segundo día del año, la llamada Comisión Visca, creada por la Cámara de Diputados,
decidió la clausura de todas las publicaciones del comunismo, aunque la
decisión castigó hojas de otras tiendas. Se había imputado como causa que, en
el primer número del año, el diario “La
Hora” había omitido publicar la leyenda “Año del Libertador
General San Martín”, al lado de la fecha de la edición, un error del taller
cuasi artesanal, solo una excusa para una decisión política”. Más adelante,
Gilbert honra la memoria de dos comunistas asesinados en aquella época,
dominada internacionalmente por la guerra de Corea (la Guerra Fría): Jorge
Calvo y el médico rosarino Juan Ingallinela, cuyo cadáver jamás apareció.
Pese al
acoso del peronismo la Fede desarrolló
en aquellos años una intensa actividad cultural. Cuenta Gilbert: “La Federación, entre 1954
y 1955, alentó a sus jóvenes poetas, como Héctor Negro, Hugo Ditaranto, Julio
César Silvain y otros más o menos próximos, los “aliados”, para crear el grupo
de poesía “El pan duro”. Más tarde se incorporó Susana Bignozzi, con el fin de
autopublicar sus libros de poesías mediante un sistema de venta de bonos
anticipados y realización de recitales públicos de poesía en bibliotecas y
clubes de barrio”. En 1954 se hizo la elección a vicepresidente (había
fallecido Quijano) y el candidato de Perón, el almirante Alberto Tesaire,
venció holgadamente al radical Crisólogo Larralde y a la comunista Alcira
de la Peña. Una nueva
demostración de fuerza que golpeó con dureza al comunismo. Sin embargo, su
segunda presidencia no fue tan glamorosa como la primera. Los problemas
económicos se agudizaron, al igual que la situación gremial. Para colmo, Perón
se acercó a los Estados Unidos, entró en conflicto con la Iglesia e incrementó
su política represiva. Todo estaba preparado para el advenimiento de la Revolución Libertadora. ¿Cuál
fue la actitud de la Fede frente
a la caída de Perón? Dice Gilbert: “Sin duda, la postura comunista fue contra
el golpe. Pero en el ínterin la línea se fue ajustando y, cuando la Revolución Libertadora se
instaló, hubo un intento de encontrar líneas menos reaccionarias en las que
respaldarse. Daniel Campione señala que “en un comunicado fechado el 18 de
septiembre de 1955 (dos días después del derrocamiento de Perón), con el
enfrentamiento entre “leales” y “libertadores” aún indeciso, el PC exhortó al
cese de la “guerra civil” y se situó “por encima del conflicto”, con la
pretensión de aleccionar a ambos bandos. Según el comunicado, el partido
aconsejó a Perón que era indispensable el establecimiento de todas las
garantías democráticas, la libertad de los presos políticos, el retiro del
proyecto de contrato con la Estándar Oil Co. (…) y a los sectores
democráticos opositores seducidos por el falso miraje de un golpe de Estado los
amonestó: que no era el camino la violencia y la guerra civil que sólo podrían
desembocar en la anarquía y la dictadura, y que en vez de ello debía orientarse
hacia el régimen de convivencia democrática”.
(*)
Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 7/4/010.
Anexo II
“Operación Traviata” (*)
El 25 de
septiembre de 1973 José Rucci, Secretario General de la CGT, fue acribillado a
balazos. El crimen conmocionó al país. Había caído el hombre más poderoso del
sindicalismo y, fundamentalmente, el dirigente gremial de más confianza de Juan
Perón. A partir de entonces la espiral de violencia no se detuvo. La derecha y
la izquierda del peronismo se declararon la guerra y los muertos comenzaron a
aparecer por doquier. Escenario ideal para que las fuerzas armadas justificaran
el derrocamiento de Isabel el 24 de marzo de 1976 para garantizar “la paz
social”.
Hasta el
presente el asesinato de Rucci se mantiene impune. Durante décadas nadie habló
de este luctuoso hecho hasta que, sorpresivamente, emergió a la superficie. La
prensa se ocupó del caso y la familia Rucci-especialmente la hija del
sindicalista, la actriz Claudia Rucci-comenzó a aparecer en televisión para
referirse a la tragedia. Siempre se dijo que los montoneros habían sido los
responsables del fusilamiento. Pero nunca pudo ser confirmado. Pero las
sospechas sobre su autoría siempre surcaron el ambiente político. Sin embargo,
nadie fue acusado y condenado.
En 2009
el periodista Ceferino Reato, editor jefe del diario Perfil, publicó un libro
que tuvo gran repercusión titulado “Operación Traviata. ¿Quién mató a Rucci?”
(Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 390 ps.) cuyo objetivo es descifrar el enigma
y, de paso, hacer recordar a los argentinos un período de nuestra historia que,
lamentablemente, se escribió con sangre. En el prólogo Reato hace énfasis en
una cuestión que, a mi entender, explica el por qué tomó la decisión de
escribir sobre Rucci. Para el autor el desgaste del kirchnerismo logró afectar
la interpretación que el matrimonio presidencial había hecho sobre los ´70 para
justificar su política de derechos humanos. Desde su óptica, los “jóvenes idealistas”
de aquella época habían sido derrotados por unas fuerzas armadas aliadas a los
enemigos de la nación. Quienes habían soñado con una Argentina “libre, justa y
soberana” habían sido aplastados por los esbirros del orden establecido,
empleando para ello el método abyecto del terrorismo de Estado. Tal como lo
explica en su introducción ese modo de analizar los setenta por parte del
gobierno nacional comenzó a perder legitimidad a partir del gobierno de
Cristina. El paradigma setentista (Reato se basa en el concepto de paradigma de
Thomas Kuhn), perfectamente expuesto, según el autor, por Horacio Verbitsky en
su libro “Ezeiza”, ha comenzado a perder fuerza, atractivo, para importantes
sectores del pueblo. Esa visión maniquea de los ´70 esgrimida por Verbitsky
(los jóvenes idealistas versus los sindicalistas impiadosos) ha empezado a ser
replanteada. En mi opinión, el libro de Reato trata de ayudar a crear un nuevo
paradigma sobre los ´70, una nueva recreación ideológica de aquella época
destinada a criticar la visión maniquea de Verbitsky. Lo que intenta hacer
Reato es, me parece, convencer a los argentinos y, fundamentalmente, a las
nuevas generaciones, que los montoneros fueron jóvenes que, lejos de ser
“idealistas”, se valieron de métodos arteros, como la ejecución de Rucci, para
imponer “la patria Socialista” (aunque, al final del libro, Reato se esmera por
destacar que ello no significa la reivindicación de la teoría de los dos
demonios ni, mucho menos, del terrorismo estatal).
Pero el
autor aclara que su objetivo lejos está de crear un nuevo paradigma de los
setenta que confronte con el paradigma de “Ezeiza”: “Mi propósito es más bien
modesto: intento describir quiénes, cómo y por qué protagonizaron un asesinato
político que, a pesar de su importancia, o tal vez debido a ello, ha sido
investigado sin eficacia por la justicia y por la policía, y sobre el cual
tanto los periodistas como los historiadores no han escrito prácticamente nada.
Y a partir de ese crimen impune pretendo explicar las relaciones entre Perón,
los montoneros y el poder sindical, como un triángulo analítico para abordar un
año y medio crucial, desde el 17 de noviembre de 1972, el día del primer
regreso de Perón de su largo exilio gracias a una histórica campaña
protagonizada por la juventud Peronista, hasta el 1 de mayo de 1974, cuando se
formalizó la ruptura entre el General y los montoneros” (p. 45).
Reato
introduce al lector en un apasionante y trágico período de nuestra historia.
Dedica varios capítulos para describir cómo fue la “Operación Traviata”. De su
lectura se desprende que se trató de un operativo de gran envergadura ejecutado
por Montoneros (quienes lo llevaron a cabo habrían sido miembros militares
relevantes de la “Orga”). Fue una operación planificada con meses de antelación,
que debió suspenderse en varias oportunidades y que, finalmente, se llevó a
cabo con posterioridad a la victoria de Perón en las urnas. Del relato de Reato
se concluye que quienes estaban a cargo de la custodia de Rucci fueron
sorprendidos por la balacera (Rucci fue prácticamente ajusticiado).
Pero más
interesantes son los capítulos donde el autor analiza el vínculo de los
Montoneros con Perón y el desafío de la “Orga” a su poder. El asesinato de
Rucci habría sido el brutal mensaje de la “Orga” a un Perón que ya había
decidido apoyarse en la derecha del peronismo, es decir, en el aparato
sindical. Los Montoneros tenían, evidentemente, un plan político destinado a
implantar-a través de la lucha armada-el socialismo en la Argentina, mientras que
para Perón los montoneros habían sido útiles para desestabilizar a la dictadura
militar, con lo cual era esencial que, con el triunfo aplastante de 1973,
pasaran a formar parte del movimiento peronista acatando sin chistar su
autoridad. Este antagonismo se fue agudizando luego de la ejecución de Rucci
(que, según el relato de Reato, fue reivindicado por los Montoneros) y alcanzó
su máximo esplendor el 1 de mayo de 1974 cuando, en la plaza de Mayo, perón
dijo que había llegado la hora de hacer tronar el escarmiento.
Reflexión final
El libro
de Reato está muy bien escrito. Muy bien documentado y con fotos que ilustran
diversos momentos de la vida de Rucci y la jornada trágica de su muerte.
“Operación Traviata” ayuda a entender las razones que llevaron a un grupo de
jóvenes de nuestro país a inmolarse por un proyecto de país que estaba en las
antípodas del de Perón (y de la mayoría del pueblo). La postura militarista de
la cúpula montonera (que se agudizó luego de lo de Rucci) sustentada en su
concepción “vanguardista” de la revolución socialista, terminó en la tragedia
que todos conocemos. Importantes dirigentes montoneros reconocen en el libro el
grave error político que significó el triunfo, dentro de Montoneros, del sector
“militarista” sobre el sector “político”. En definitiva, “Operación Traviata”
(el nombre se debe a que la cantidad de balazos que recibió Rucci fue igual a
la cantidad de agujeritos-23-de la famosa galletita de Bagley) describe, tal
como lo pretendió el autor desde el comienzo, las causas y las consecuencias
(que aún perduran) de un crimen político (aún impune) que, a mi entender, no
hizo más que preparar el terreno para la ejecución de un terrorismo de estado
que marcaría a fuego a la sociedad argentina.
(*)
Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 29/1/010
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